Hoy me he despertado con un agujero negro en las entrañas y una frase tan tremenda como hermosa quemándome la mente: “He visto atacar naves en llamas más allá de Orión”.
El replicante Nexus-6 Roy Batty pronuncia esas palabras al final de la película Blade Runner como un ángel exterminador que en el último segundo de su vida sigue buscando respuestas al dolor existencial. Luego me he esforzado en recordar el monólogo completo: “Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto Rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir.”
Y yo, que hace algún tiempo fui una antorcha humana asediada por las circunstancias, en ese momento descubro mi condición de replicante que lucha por impedir, a toda costa, que el diluvio del futuro arrastre los llantos pasados. Algo inevitable ahora, con la arena de todos los relojes escapándose en mi contra.
Anoche marqué su número después de varias semanas. Le pregunté si me invitaba a su casa a ver algún DVD, pero en realidad sólo le estaba rogando que me salvase de mí misma, que me rescatase durante unas horas de este mundo que calla ante mis cuestiones igual que frente a Batty hiciera su creador.
Cuando acabó la película, tan alucinada como la primera vez que la vi, pedí a mi anfitrión que me dejase quedarme a dormir con él, ante lo que se me ofreció una negativa en nombre de la coherencia. Supongo que está bien eso de que uno de los dos sea capaz de convocar un rayo de lucidez en medio del delirio compartido, alguien dispuesto a tomar de una vez por todas una decisión inaplazable.
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